El flamenco ha triunfado como ‘ave del verano 2017’. Miles de personas lo lucen estampado en todo tipo de abalorios, objetos o ropa, mientras otros se bañan en el flotador de moda: el flamenco hinchable.
Esta ave ya tan popular, no solo es singular por su belleza sino porque depende de humedales salobres muy específicos donde realizar sin peligros la etapa más crítica de su ciclo biológico, la reproducción.
Cada verano tiene su canción, su helado de moda, su bebida refrescante…. Este año, la selecta iconografía veraniega ha incluido a una de nuestras aves acuáticas más vistosas. Puede verse estampada en camisetas, vestidos, bolsos, peluches, tazas o zapatos. Y por supuesto en el ya famoso hinchable gigante que triunfa en redes sociales y entre influencers. Más allá de la tendencia, el flamenco sufre, como otras muchas aves acuáticas, la pérdida de sus hábitats, las sequías e incluso el cambio climático.
Con el objeto de dar a conocer a estas aves y concienciar sobre las amenazas que les afectan, SEO/BirdLife lanza la campaña Selfie al flamenco, con la que pretende precisamente eso: realizar una pequeña radiografía para ofrecer información a la ciudadanía a través de la web seo.org/selfie-al-flamenco con la que pueden acompañar sus propios ‘selfies’ o autoretratos fotografiando algún estampado u objeto con el ave de moda.
Los flamencos son especialmente vulnerables durante la reproducción, que va aproximadamente desde abril hasta finales junio. Durante este periodo, la mayor parte de la población se concentra en unos pocos enclaves. Por tanto, cualquier incidencia o situación ambiental adversa puede acarrear el fracaso reproductor de una parte importante de la población.
En concreto, solo existen dos colonias relativamente estables en el Mediterráneo occidental: en La Camarga, en el sur de Francia; y en Fuente de Piedra, en Málaga. Por eso, una primavera parca en lluvias puede desecar prematuramente un humedal, lo que puede conducir al fracaso reproductivo, bien por falta de alimento o por predación de perros, zorros o jabalíes, que, pueden acceder fácilmente a los nidos.
Amenazas a su hábitat
En cuanto a cómo podría afectarle el cambio climático, el investigador de la estación Biológica de Doñana y colaborador de SEO/BirdLife, Juan Amat, explica que aunque haya predicciones, no se sabe lo que realmente puede pasar: “probablemente los principales efectos se derivarán de alteraciones en el hábitat. Los modelos predicen menores precipitaciones y como los humedales que usan los flamencos son temporales, estos serían más efímeros. Pero, por otra parte, a causa de la previsible subida del nivel del mar, se podrían formar nuevos humedales costeros, lo que podría favorecer a la especie. Ahora bien, dado que en la actualidad en gran medida dependen de humedales artificiales como piscifactiorías o salinas, los efectos del cambio climático podrían no ser tan severos como en otras especies”.
En cualquier caso, como explica Amat, “es prioritario conservar los humedales naturales, que para la especie son más importantes que los artificiales. Y después conservar los sitios de nidificación, que al ser escasos hacen que la especie, aunque sea abundante, sea también vulnerable”. De hecho, el flamenco común se incluye en el Libro Rojo de las Aves de España , está contemplado en el Anexo I de la Directiva de Aves por su importancia a nivel europeo y aparece incluido en el Listado de Especies en Regimen de Protección Especial que le garantiza una protección a nivel estatal..
¿Qué sabemos del flamenco?
Es común relacionar esta hermosa ave con las lagunas del África tropical o los pantanales de Florida, pero lo cierto es que está mucho más cerca. Cuando hablamos de esta especie en España nos referimos al flamenco común (Phoenicopterus roseus), ya que existen otras cinco especies más en el mundo. Una de ellas, el flamenco enano, procedente de África, también visita ocasionalmente nuestros humedales, donde se mezcla con el común. Al otro lado del Atlántico se encuentran el flamenco chileno; el del Caribe o americano (quizá el más conocido por sus rosa más intenso del plumaje y que ocupa los humedales bañados por el mar Caribe), y las parinas grande y chica, localizadas en el altiplano andino, entre Chile, Perú y Bolivia.
Rasgos llamativos
El flamenco común destaca por su peculiar aspecto y color, como si fuera un garabato rosáceo en medio del agua. Lo delatan también su gran tamaño y sus largas patas y cuello, pues mide entre 125-145 cm de altura y 140-170 cm de envergadura (de punta a punta de las alas). Contrariamente a su retorcida figura, en vuelo presenta una silueta muy estilizada, con el largo cuello y las patas estiradas. Machos y hembras solo se diferencian en el tamaño, los primeros algo mayores que ellas.
Puede ser visto en algunas de nuestras lagunas del interior peninsular, en muchos de nuestros mejores marjales costeros mediterráneos y del Atlántico andaluz, siempre en amplias superficies de aguas someras salobres, marismas, salinas o grandes lagunas litorales y endorreicas, sometidas, a menudo, a regímenes de inundación y sequía.
El flamenco común presenta una distribución que abarca desde África y Asia, hasta los países europeos mediterráneos. Sin embargo, su presencia en esta amplia área geográfica no es continua y depende de la existencia de este tipo de humedales tan específicos.
La alimentación tiñe su plumaje
Mientras los adultos visten de rosa, los jóvenes presentan aún una coloración pardo-grisácea y tienen las patas mucho más cortas. “Este color rosáceo lo adquieren a través de la alimentación, que contiene unos pigmentos llamados carotenoides y que se encuentran en proporción variable en los seres vivos que ingieren. De ellos, el más frecuente que se fija tanto en plumas como es patas es el cantaxanteno”, explica Juan Amat.
Además, añade una curiosidad: “para realzar el colorido durante los períodos de cortejo, los flamencos se maquillan el plumaje utilizando pigmentos depositados en las secreciones uropigiales”. Se trataba de una suposición que por primera vez fue confirmada por Amat y su equipo en un artículo científico publicado en 2011.
Un pico exclusivo
Aunque su singular pico puede darle un aire grotesco a su cabeza, responde a un diseño perfecto para alimentarse. El flamenco no picotea para conseguir su comida sino que con su cabeza sumergida en el agua bate el fondo para después tamizar el limo con su pico. De esta manera, insectos, larvas, pequeños crustáceos, moluscos, anélidos, microalgas y protozoos son filtrados gracias a las laminillas presentes a lo largo del borde del pico, mientras el agua es expulsada con la lengua. Todo un prodigio de la naturaleza.
Viajeros y gregarios
El flamenco no es amante de la soledad; tiende a viajar y a mezclarse. Se trata de una especie gregaria y parcialmente migratoria, que realiza movimientos dispersivos de nomadismo que reúnen a ejemplares de distintas colonias de cría. Por lo general, tras la reproducción, gran parte de los individuos se dispersan por distintos humedales ibéricos, del norte de África e incluso del Mediterráneo oriental.
Aunque pueda haber intercambios entre ellas, parecen distinguirse bien dos poblaciones en torno al Mediterráneo: la occidental, formada por los flamencos que crían en España, Francia, Italia y el norte de África, cuyos individuos no suelen avanzar más allá de Italia hacia el este y por el sur hasta el Banc d’Arguin, en Mauritania. Y por otro, la población oriental, cuyos individuos parecen desplazarse a mayores distancias, pues llegan a alcanzar el golfo Pérsico, incluso el subcontinente indio, donde se relacionan con las poblaciones asiáticas.
Fuente de Piedra
En el conjunto de su área de distribución se estima una población de 700.000 individuos, de los que unas 56.000-58.000 parejas se asientan en las colonias europeas. En España, la población reproductora varía según los años en función del nivel hídrico de los escasos humedales en donde cría, pero en años favorables se han llegado a estimar hasta 26.000 parejas reproductoras. La principal colonia de cría se localiza en la laguna malagueña de Fuente de Piedra, que acoge más de la mitad de las parejas reproductoras del país y es una de las más importantes del Mediterráneo. Otras colonias, de asentamiento más reciente y menor entidad, se sitúan en el delta del Ebro, las marismas de Doñana y del Odiel. Lugares como El Hondo o las salinas de Santa Pola (Alicante) y las lagunas manchegas de Pétrola (Albacete) albergan pequeños núcleos de cría cuando las condiciones son óptimas. No obstante, la población reproductora en España muestra una tendencia positiva desde la pasada década de los años setenta, tras años de seguimiento y manejo de la especie.
Guarderías de flamencos
La intimidad no es algo que caracterice a la reproducción del flamenco. Predomina la cría cooperativa y la fuerza de las colonias, que reúnen a cientos o miles de parejas. A partir de abril construyen los nidos, muy próximos unos de otros, en aguas someras de nivel generalmente constante y con islotes que les mantienen a salvo de predadores. Estos nidos, hechos de barro y vegetación, con forma de cono truncado, alcanzan un diámetro 40-60 centímetros y hasta medio metro de altura. La hembra deposita en ellos un huevo (raramente dos), que son incubados por ambos sexos durante unos 30 días.
Los pollos permanecen algunos días en el nido, pero pronto lo abandonan para agruparse en “guarderías”, donde quedan al cuidado de unos pocos adultos mientras la mayor parte de los progenitores se alejan de la colonia en busca de alimento, recorriendo a veces hasta distancias de 200 kilómetros. Durante el primer mes de vida los pollos se alimentan de una papilla segregada en el aparato digestivo de los padres. Transcurridos unos 70 días, los pollos ya están emplumados y al cabo de poco más de tres meses abandonan la colonia. Hasta los cinco años de edad los jóvenes no tendrán que preocuparse por criar.