• La profesional ha apuntado que la vergüenza es una evidencia de la transparencia porque no puede fingirse.
• “Es un gran mecanismo social para mantener un orden de convivencia estructurado, asegurando la convivencia”.
La vergüenza, según la RAE, es la “Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propio o ajena”.
La socióloga, experta en crecimiento empresarial, explica que, en la era post covid, “la sociedad reclama lo humano” y es que, “si hay algo bueno que ha acelerado la pandemia es un post contexto social que pone más en el centro de sus decisiones a las personas. Una reivindicación de vuelta a lo natural, reclamación de una convivencia armónica entre la naturaleza y el individuo”. Así, “si algo ha hecho el Covid es demostrarnos nuestra propia vulnerabilidad, poniendo las emociones encima de la mesa, como hacía tiempo que no vivíamos” especifica.
Por tanto, bajo este nuevo paradigma, la vergüenza es una evidencia de la transparencia porque no puede fingirse. “Es una declaración que demuestra la autenticidad, generando incluso confianza, empatía– que significa la verbalización de las emociones, de los sentimientos, por lo que para mí puede ser un formato reivindicativo de empoderamiento. Un canal que nos concede reconciliarnos con nuestra naturaleza. Una sana forma, en todo caso, de pedir perdón al otro, opina la profesional”, apunta Nuño.
Así, explica que no todo es malo, sino que también tiene implicaciones positivas, ya que desde un punto de vista meramente sociológico, la vergüenza es un gran mecanismo social para mantener un orden de convivencia estructurado, asegurando la armonía. Además, apunta a que el signo de pudor se podría considerar una “deferencia” hacia el otro. “El respeto a la comunidad, asumiendo un rubor como prueba de respeto a lo social por encima del individuo, su esencia nace de lo social versus el ego individual. Preserva el bienestar común demostrando apego”.
Como implicaciones negativas opina “la vergüenza como agente de control de lo político”. Sin embargo, una segunda lectura de la otra cara de la moneda, especifica que son muchos los autores que han analizado la psicología y sociología de la “vergüenza”, como Giddens y, sobre todo, Simmel, con investigaciones que demuestran cómo la vergüenza es una construcción social, incluso, un mecanismo que destila poder al relevar connotaciones, por ejemplo, de patrones de género.
Así, describe que, por ejemplo, Simmel argumenta cómo la vergüenza particularmente limita al cuerpo y conducta femenina, incluso, llegando a ensalzar como un formato virginal de “buena conducta femenina”. Es decir, la vergüenza se encarna de forma más evidente en lo femenino con claras connotaciones morales y éticas. De este modo, la experta incide en que la vergüenza entendida como construcción social diverge en torno a los conceptos sobre, “patria”, siendo un sentido de orgullo y honor en las sociedad británica o americana, no así en otros contextos, que ha sido signo de pudor por sus connotaciones políticas, siendo casi un símbolo que ocultar o “guardar”. Nada nuevo, explica, si admitimos que en el cuerpo se funden naturaleza y cultura, construcción a dúo entre biología y sociedad.
Así, por ejemplo, “la vergüenza definida como “emoción humana”, puede también haber sido interpretada bajo un síntoma de “vulnerabilidad”, eternamente, contextualizada bajo parámetros de fragilidad, debilidad, gran reflejo de contención de la naturaleza tan inhumana, fiel de clases sociales también que identifican la contención humana con el refinamiento, la austeridad moral, la evidencia de toda ausencia de emoción, ejemplo de clase bien educada, capaz de no mostrar “defecto” alguno que denote debilidad. Las emociones humanas como campo de eterno conflicto, batalla a conquistar por el cuerpo político y social. La autorregulación, gran enervación del capitalismo”.