Desde Fundación Global Nature (FGN), continuamos con el análisis de la preocupante situación de sequía que vivimos en la actualidad: en un primer lugar hablamos de su sustancial relación con el cambio climático y en segundo de acuíferos y humedales.
Hoy, con la mirada popular puesta en el racionamiento de agua y en el desabastecimiento, en las restricciones de riego en cuencas por todo el país, en los embalses por debajo de la capacidad que garantiza un suministro de agua para los ciudadanos y en los expedientes sancionadores contra empresas hidroeléctricas que han decidido vaciar los embalses durante semanas críticas, Fundación Global Nature propone preguntarse cuál es la estrategia colectiva para afrontar la sequía.
A partir de los modelos de cambio climático, sabemos que esta situación se va a repetir en los próximos años, con mayor frecuencia e intensidad. Hay que tener presente la disminución esperada en las precipitaciones, el aumento de las temperaturas (que aumentan la evaporación y, por tanto, las necesidades hídricas de la vegetación) y la ya avanzada desertificación que amenaza más del 50% de la superficie del país. Y ser conscientes de que, pese a este escenario, el consumo de agua nacional y el déficit hídrico aumentan.
La sequía es una realidad histórica de la península ibérica, aunque en los años recientes acosa al país con más intensidad, como ocurre durante este anómalo verano. En nuestro país, predominantemente árido, aproximadamente el 70% de las aguas se destinan a usos agrarios y es heredero de ancestrales regadíos históricos, ocupando el octavo puesto con mayor huella hídrica del mundo. De hecho, en la escasez de agua se manifiestan de manera clara e inquietante los desafíos que el cambio climático y el modelo productivo agrario planten a nuestro territorio.
Y en este contexto, desde Fundación Global Nature queremos insistir en que hemos dejado pasar una excelente oportunidad para hacer que nuestra agricultura se adapte al porvenir climático y de escasez de agua. En la propuesta de la PAC, cuya publicación se espera para después verano, no existe exigencias para que los productores que reciban estos fondos cumplan con planes de utilización racional del agua. Tampoco existe un freno explícito a los regadíos que aumentan año tras año y ,de hecho, los fondos de desarrollo rural dan pie a la expansión de nueva infraestructura de riego acompañados por inversiones estatales en regadíos en el Duero o el Ebro.
Tercer ciclo de Planificación Hidrológica
España es el país con mayor número de embalses de la Unión Europea y el quinto del mundo. Por ello, la capacidad de gestionar la escasez de agua hoy en día no es comparable a la situación de principios del siglo pasado. Tenemos herramientas para planificar el uso de agua: para ello se está desplegando en la actualidad el Tercer ciclo de Planificación Hidrológica, un paquete legislativo para el periodo 2023-27 que será transcendental.
Esta ley deberá dar respuesta tanto a la gestión del agua para consumo humano, agricultura, industria como al mantenimiento de los espacios naturales. El mismo gobierno admite que es necesario plantear “disminuciones de la utilización del agua del orden del 5% para 2030 y del 15% para 2050” para el consumo general.
Impacto en el sector agrario
Entre un 70 al 80% del consumo de agua en España es con fines agrarios, sin tener en cuenta las extracciones ilegales. Desde los años 50 del siglo pasado, se ha pasado de aproximadamente 1 millón de ha en regadío a 3,7 millones. Sin embargo, las precipitaciones han disminuido en tanto, 6% y el número de días de lluvia en un 7% a 2050 (Plataforma AdapteCCa, escenario RCP 8,5), lo que hará muchas de estas producciones inviables en la Península Ibérica. Por tanto, para mantener el patrón de consumo actual, nuestras opciones pasan por externalizar el impacto importando ingredientes desde terceros países con climatología más favorable. Lo cierto es que llueva o no llueva, la tendencia actual de consumo de agua no es viable.
El dato positivo de que el 77% de esta superficie pertenece a los llamados sistemas de riego eficiente (goteo o microaspersión, automotriz y similares), aunque no debemos olvidar el rol de algunos regadíos tradicionales en el mantenimiento de los humedales. Por otro lado, muestra que mejorar la eficiencia de riego nos ha hecho caer en la paradoja de Jevons: una mejor eficiencia del uso del agua no va a hacer desaparecer el exceso de consumo ni la proliferación de regadíos ajena a los recursos hídricos reales.
Por su parte, la campaña agrícola presenta pobres expectativas. Se espera, por ejemplo, que la campaña del olivo, adaptado y tolerante a la aridez peninsular, cierre con un 80% menos de producción que la media. Y aun así, en los últimos años han seguido proliferando de regadíos superintensivos de este cultivo, con un consumo típico de entre 2000 a 3000 L por hectárea.
El modelo superintensivo se ha multiplicado por las diferentes cuencas hidrográficas al compás del mercado, sin otro límite que el del agotamiento o salinización de las reservas de agua; notablemente en zonas áridas con mayor evapotranspiración y, por tanto, demanda final de agua, o en zonas ambientalmeolinte sensibles como Doñana.
Y aquí es donde desde FGN creemos necesario lanzar la pregunta de si es legítimo este modelo de producción que a costa de los recursos públicos ahonda el déficit hídrico.
Asumiendo que no queramos tener una dependencia excesiva de lo que otros países, las mejores estrategias pasan por aprovechar hasta la última gota y, en el caso de la agricultura y la ganadería, asegurar que podemos utilizarla del modo más eficiente posible sin exceder el límite de los recursos disponibles.
Consumo del ciudadano
Un 14% de toda el agua consumida en España se destina a consumo urbano y, por lo tanto, los hábitos de consumo del ciudadano son proporcionalmente importantes en la huella hídrica. De hecho, el consumo de agua doméstico se ha visto reducido por las mejoras en la eficiencia de electrodomésticos, de la red y por la adopción de hábitos más sostenibles. Más allá de cerrar el grifo, y otras acciones que hemos naturalizado a golpe de factura, nuestra alimentación tiene un peso importante. Por ejemplo, un desayuno potente con tostadas con aceite y tomate, mantequilla, mermelada y fruta puede “costar” cerca de 1400L de agua. Cualquier huella hídrica enmascara el agua superficial, y subterránea, incluyendo aquella empleada en la producción de los alimentos (y de alimentos importados y su llamada huella hídrica virtual). Un cambio de dieta podría ser fundamental en el ahorro de agua, de hecho, la dieta norteamericana supone un consumo de agua un 29% mayor frente al modelo español y si recuperamos la dieta verdaderamente mediterránea, aspiraríamos a reducir aproximadamente 720 L por persona y día. Por lo tanto, el modelo (intensivo) de producción de alimentos está en cuestión. Aquí conviene recordar lo importante de reducir el desperdicio de alimentos, que puede llegar a suponer ¼ de huella hídrica.
En cualquier caso, no es justo achacar al ciudadano la responsabilidad, mientras el modelo productivo no se ajuste al escenario ambiental real
Patricia Ruiz Rustarazo