En esta ocasión hemos detectado un epicentro en el núcleo de un nuevo concepto, la economía verde, que se viste con una serie de adjetivos esperanzadores capaces de sacarnos de la crisis actual, pero cuya mención produce una perturbación en la conciencia de muchos analistas, autores, campesinos, ciudadanos que perciben en este nuevo juego de palabras una apropiación indebida; responsable de ella es un capitalismo feroz, que esconde, tras el esperanzador color verde, una nueva estrategia de la misma vieja economía negra que nos ha sumido en la debacle actual, al invertir los principios de la economía real, que debe estar al servicio de la vida, poniendo a ésta al servicio de una economía sin alma, que va dejando desiertos sin vida ni esperanza allá por donde pasa.
Como el concepto en sí no es absurdo, hemos querido invitar a seis personas que están practicando realmente una nueva economía, llamémosla verde, solidaria o azul ―como hacen ya algunos autores que hablan de ir más allá de la economía ecológica para superar el paradigma cartesiano en que nació―, para aprender a distinguir lo que es una economía realmente verde de la apropiación indebida que hacen las grandes transnacionales de ese concepto; éstas han visto en él, como antes vieron en el oximoron «desarrollo sostenible», un nuevo paraguas conceptual para privatizar, en este caso, los recursos naturales que aún no está privatizados, aire, CO2, agua, océanos, biodiversidad… sustrayéndolos, con sus artimañas financieras y sus coaliciones ilegítimas con gobiernos e instituciones, a sus legítimos custodios y usufructuarios: la humanidad toda, presente y futura, incluyendo como «sujeto» de derecho de una naturaleza sana y viva a todo el reino animal, vegetal, y por qué no, mineral. Todos conocemos las consecuencias de sacar el oro negro de las entrañas de la tierra.
Así que mientras Europa reclama desesperadamente más crecimiento para salir de la crisis, mientras los ecologistas avisan en Río de que el crecimiento, si no es sostenible, nos lleva a la ruina, mientras el capitalismo especulativo se afana con uñas y dientes en mercantilizar la parte material de la naturaleza y sus procesos y funciones para ofrecernos unos lucrativos servicios ambientales y mientras los campesinos e indígenas del mundo se levantan contra tamaña ignominia de prostituir aún más a la Madre Naturaleza, una nueva categoría de empresarios está haciendo suyo, con modestia y coherencia, los adjetivos «verde», «solidario», «azul», «social» y «no sólo lucrativo», pues están redefiniendo qué es realmente el buen vivir y cómo ser próspero sin depender de un crecimiento económico indefinido.
Y así, cuando emprenden, piensan en los acuíferos, y, cuando siembran, se acuerdan de las mariquitas y los sapos parteros de la charca, y, cuando se asientan, tienen en cuenta un tejido rural desposeído de su dignidad por una cultura que desacraliza las relaciones del hombre con la naturaleza. Y plantan sus empresas en el campo y cuentan con sus recursos humanos, aunque no estén sobradamente preparados, y defienden la soberanía alimentaria y el consumo responsable. Y creen en una economía basada no sólo en el capital sino en el trabajo, rechazando la esclavitud que supone el objeto «todo a cien» y reclamando la ternura explicita del objeto artesano y único, hecho con ese tiempo más amable en el que la conciencia se posa en lo que hace y que con sus actividad más lenta, y por lo tanto atenta, cuida al lobo y a la abeja y al oso…
Démosles la voz y, si los vemos en la estantería de una tienda, démosles también nuestra elección como consumidores, pues con su esfuerzo ―de ahí viene la palabra «empresa»― que va a contracorriente en un mundo de depredadores sin conciencia están escribiendo las primeras líneas de la vanguardia de un incipiente sistema de hacer economía que lucha por recuperar el alma, tiñéndola de verde, de azul o de blanco; la gradación del color dependerá del color de la conciencia en que cada uno habite. Ahí está quizá la esperanza mientras contemplamos entre el temor y la liberación la caída de otro imperio tan decadente como el romano.
Beatriz Calvo Villoria
Redactora Jefe de Agenda Viva