La pérdida de biodiversidad, uno de los mayores problemas ecológicos del momento, puede tener un efecto negativo con el que hasta ahora no se había contado. Esa menor presencia de especies en un ecosistema parece estar asociada a una mayor extensión de enfermedades infecciosas, según una revisión de la literatura científica al respecto que acaba de publicar la revista ‘Nature’.
Hay varios mecanismos por los que una mayor o menor biodiversidad pueden provocar un impacto en la propagación de microorganismos. En principio, lo único que está claro es que el efecto de la pérdida de especies altera el ecosistema en que éstas viven, de forma que la transmisión de patógenos entre ellas también se ve afectada.
En teoría, esta variación podría traducirse en un aumento o bien en una reducción de los contagios. Pero, por un motivo u otro, la desaparición de animales y plantas suele ir acompañada de una mayor incidencia de infecciones, según han revelado Felicia Kessing, del Bard College en Annadale (Nueva York) y sus colegas.
Algunos ejemplos que relatan en su informe son el virus del Nilo, una infección transmitida por mosquitos que se ha extendido desde África hasta EEUU, o el síndrome pulmonar por hantavirus, una dolencia respiratoria que se contagia de ratones a humanos.
En ambos casos, la expansión de los patógenos ha estado vinculada a la pérdida de especies: una menor diversidad de aves, que transmiten el patógeno a los mosquitos, ha acompañado al aumento de contagios de Virus del Nilo; mientras que el mayor riesgo de contraer un hantavirus está relacionado con la desaparición de pequeños mamíferos.
CONVERTIRSE EN HUESPEDES.
Lo que ha ocurrido en estos y otros casos similares es que las especies desaparecidas eran menos susceptibles de convertirse en huéspedes de los agentes infecciosos. Por el contrario, las que sobreviven a la pérdida de biodiversidad parecen ser las que más eficazmente transportan y expanden enfermedades. El resultado es que aumenta la densidad de las especies portadoras, lo que incrementa, a su vez, la posibilidad de contagios.
«En varios de los casos estudiados, las especies más dadas a desaparecer de los ecosistemas por la pérdida de biodiversidad eran las más propicias a reducir la transmisión de patógenos», indican los investigadores. Para ilustrar el papel que juegan las distintas especies en la propagación de enfermedades, los investigadores citan otro ejemplo: en Virginia (EEUU), los ratones de pies blancos conviven con otras criaturas llamadas ‘opossum’ o zarigüeyas (marsupiales americanos). A ambos ataca la garrapata de patas negras, que contagia la enfermedad de Lyme con sus mordiscos.
Este parásito, a su vez, entra en contacto con la bacteria patógena al alimentarse de su huésped. La diferencia es que los ‘opossum’ saben despulgarse y deshacerse de ellas, mientras que lo ratones no. El resultado es que los marsupiales no sólo portan menos garrapatas, sino que aquellas a las que alimentan tienen menos posibilidades de entrar en contacto con la bacteria.
Por el contrario, los ratones de pies blancos son un campo abonado para la propagación de parásitos, y las garrapatas que se nutren de ellos acaban casi siempre infectándose con la bacteria.
Es decir, los ‘opossum’ ayudan a controlar la infección, porque atraen a los parásitos pero los matan o los mantienen libres de infecciones. Los ratones, por el contrario, sólo contribuyen a su propagación. «A medida que se pierde biodiversidad, el huésped con un fuerte efecto de absorción -el ‘opssum’- desaparece, mientras que el huésped con un poderoso efecto amplificador -el ratón- permanece», señalan los investigadores.
RASGOS EXISTENTES.
Con las aves migratorias del Nilo ocurre lo mismo: las más resistentes al deterioro del ecosistema son también las más peligrosas. Y hay más casos similares, a partir de los cuales los científicos han aventurado la siguiente hipótesis: «Los rasgos que hacen a un huésped resistente a la pérdida de biodiversidad podrían también hacerlo más susceptible a la infección y transmisión de patógenos».
Los propios investigadores reconocen que se trata de un problema «sin resolver», pues no se conocen las causas por las que esto ocurre. Curiosamente, parece que sucede también en el interior de los propios organismos. Cuanto mayor es la variedad de especies microbianas que habitan un cuerpo, menos posibilidades tiene de contraer infecciones, según han reflejado algunos estudios.
Uno de ellos, citado por Kessing y sus colegas, mostraba que los niños dados a contraer infecciones en el oído sufrían menos contagios después de que les inocularan cinco cepas de estreptococo. Paralelamente, al reducir la diversidad microbiana se incrementaba el riesgo de enfermar de nuevo. Este y otros casos parecen reflejar el mismo patrón que Kessing y sus colegas han identificado para la pérdida de biodiversidad, aunque su informe concluye admitiendo que «queda mucho por aprender».
En todo caso, la posible asociación entre la pérdida de especies y el aumento de las infecciones es un motivo más para «incrementar con urgencia los esfuerzos locales, regionales y globales para preservar los ecosistemas y la biodiversidad que contienen».
Fuente_El Mundo