Hay que empezar por establecer un marco de referencia que nos ayude a abordar un tema tan trascendental con los argumentos adecuados. La prioridad absoluta dentro de cualquier sociedad, cultura, familia, debería ser la de asegurar la supervivencia y el bienestar del grupo y de las futuras generaciones. Empecemos entonces por el final de la historia. Si no existiera una naturaleza resiliente y diversa no existiría el ser humano, las sociedades humanas, la cultura, el dinero, el progreso, el IBEX35, la prima de riesgo… Entonces no nos olvidemos de lo que está por encima y por debajo de todo, aunque nos hayan hecho creer que en una situación como la actual la naturaleza es lo menos prioritario.
El discurso que defiende la vida no es el discurso de unos cuantos iluminados, hippies, ecologistas anti-sistema que no saben qué inventar para seguir agitando un caldo ya de por sí explosivo. Es el discurso del sentido común, de una humanidad despierta que reivindica que otra realidad es posible. La crisis no es la que nos asola. En todo caso lo que estamos atestiguando es el final de una larga época de crisis que podría dar lugar al comienzo de una era de paz, felicidad y armonía. Puede sonar utópico e infantil pero lo verdaderamente dramático es que nos hayan hecho creer que no podemos aspirar a ello. Cegados por el dinero fácil, la especulación urbanística, la corrupción, el consumo desaforado, la sociedad del bienestar, los medios de comunicación, el derecho a la satisfacción inmediata, el todo vale y las pastillas que nos evitan el sufrimiento, no hemos querido cuestionarnos nada. Envueltos por la embriaguez artificial de un sistema en crisis, lo único que queríamos era más y más de eso que nos mantenía entumecidos y soñar con que quizá incluso tendríamos la oportunidad de llegar a lo más alto; de llegar a tener todo el poder y todo el dinero de aquellos que salían en los escaparates de una sociedad enferma.
Y ahora, ¿qué ha ocurrido? Que nos han quitado momentáneamente la venda de los ojos. Que nos están dosificando aquellas cosas que nos mantenían dóciles y complacientes. ¿Y eso es estar en crisis? Ciertamente el cambio es crisis pero bienvenida sea si es para cambiar lo que había. Porque lo que había no es ni más ni menos que lo que estamos empezando a ver. Un sistema maquiavélico construido para satisfacer nuestros impulsos más básicos, que beneficia desorbitadamente a unos pocos y les dota de poder para mover los hilos de toda una sociedad y de todo un planeta a costa de nuestra naturaleza, supervivencia y dignidad. Y lo peor es que la gran mayoría acepta ciegamente convertirse en piezas desechables de una maquinaria cuyo fin único es mantener el motor del progreso y el consumo en marcha. Mantener, contra toda lógica, una estructura que da cobijo, alimenta y prioriza los intereses de unos pocos cuya máxima aspiración es el dinero y el poder. ¿Qué es, si no, lo que hemos estado viviendo? A pequeña, mediana y gran escala los valores que imperaban eran esos mismos de los que hoy se oye tanto hablar y por fin a calzón quitado: índice de consumo, mercados, prima de riesgo, créditos, intereses bancarios. No es posible que una sociedad fuerte, construida sobre sus valores endógenos, orientada a satisfacer las necesidades básicas de sus habitantes desde una visión holística, sostenible y culta sea tan frágil como están poniendo de manifiesto las circunstancias. ¿Acaso nos han asolado toda una serie de desastres naturales que hayan destruido nuestras fuentes de alimentación, nos ha azotado una pandemia, ha estallado una tercera guerra mundial?
¿Donde está el enemigo? El enemigo es la mentira sobre la que hemos construido todo. La burbuja que se desinfla y pone de manifiesto nuestra fragilidad, las contradicciones, locuras e insostenibilidad de un sistema que trabaja contra natura. Y lo peor es que como en todo fin de ciclo, multitud de personas, instituciones y resortes del sistema lucharán por mantener e incluso afianzar el esquema antiguo. Pero ya no es posible. ¿Qué se conseguiría así?, ¿postergar y con ello hacer peor la caída? ¿No sería mejor reaccionar mientras estemos a tiempo, coger el toro por los cuernos e invertir la balanza? Es preciso afianzar los cimientos de una sociedad fuerte. ¿Cómo? Desde el sentido común. Desde lo pequeño, desde lo local, a lo grande, a la complejidad creciente de un sistema interconectado a nivel global. Pero hay que empezar preguntándose lo evidente. ¿Cuáles son mis riquezas endógenas?, ¿cómo puedo cultivarlas para vivir de ellas y asegurar su pervivencia y enriquecimiento en el tiempo?, ¿en qué puedo invertir para que esa propuesta dé frutos reales en el futuro?, ¿cómo puedo fortalecer los lazos que unen a familias y sociedades?, ¿cómo puedo propagar los valores de respeto, amor y curiosidad que garantizan nuestro crecimiento?, ¿cómo puedo fomentar políticas de ahorro, reciclaje y búsqueda de soluciones que imiten a la naturaleza y que nos hagan más resistentes? La lista es interminable y creo que todos podemos aportar nuestro grano de arena a este cambio.
En este epicentro las principales ONG de conservación de la naturaleza se pronuncian sobre este importante tema. Aportan argumentos, cuestiones y reflexiones de máxima importancia. Aportaciones que deben ser leídas desde la firme convicción de que el nuevo marco de referencia es la naturaleza, la vida, la justicia social y ambiental y la soberanía alimentaria donde, como dice Liliane Spendeler, el planeta y las personas estén en el centro y la economía sea un mero instrumento al servicio de ambos. El otro sistema está en crisis y desaparecerá, pero no sin antes tratar desesperadamente de aferrarse a lo que fue. Necesitamos la fuerza del sentido común de millones de personas que en todo el planeta claman por un cambio que nos pertenece.
Odile Rodríguez de la Fuente | Directora General de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente