En España, donde el medio rural supone más del 90% del territorio, la naturaleza y su conserva-ción están irremediablemente ligadas a la actividad agraria y la gestión forestal, y, en general, a la manera en que se emprendan las diversas estrategias de desarrollo rural. Por su parte, iniciativas basadas en el patrimonio natural de los pueblos y el reconocimiento del valor ambiental de determinadas actividades pueden suponer una nueva oportunidad para áreas que han quedado fuera del desarrollo económico convencional.
La identificación clásica del medio rural con las actividades agrarias ha comportado durante mucho tiempo que la intervención pública se haya realizado mayoritariamente (si no en exclusiva) a través de políticas agrarias de corte productivista. No puede negarse que gracias a esto se consiguió, al menos en Europa, garantizar el abastecimiento de alimentos y una significativa mejora de las rentas y las condiciones de trabajo de los agricultores. Sin embargo, en nuestro país, estas políticas no han conseguido frenar el éxodo rural y las zonas con menos potencial agrícola han quedado marginadas del proceso de modernización y en riesgo de abandono, mientras que aquellas con mayor capacidad productiva entraron en una carrera de intensificación progresiva, superando a veces los límites de los recursos naturales empleados. Ambas situaciones son potencialmente perjudiciales para el medio ambiente. Para la biodiversidad, el problema reside en gran medida en la simplificación de los agrosistemas, ya sea por la pérdida de elementos del paisaje o por la matorralización y reforestación de espacios abiertos. La solución no es fácil. Si bien en las zonas más productivas, donde la actividad agraria puede ser más rentable, el establecimiento de ciertas condiciones básicas y el fomento de prácticas y modelos de gestión más sostenible a través de los correspondientes incentivos pueden tener resultados apreciables, la lucha contra el abandono requiere un enfoque mucho más integral. Zonas de montaña, áridas o remotas afrontan, además de la difícil viabilidad de sus explotaciones (escasos rendimientos, pequeñas dimensiones, etc.), otras dificultades como deficiencias en servicios básicos, vías de comunicación, acceso a la información y nuevas tecnologías, o una población tan reducida y envejecida que hace más complicado solucionar todo lo anterior. Afortunadamente, lo cierto es que España todavía cuenta con una amplia extensión de valiosos paisajes rurales y sistemas agrarios llenos de vida, que en su mayoría se corresponden con esas zonas «desfavorecidas» y se insertan ampliamente en los espacios que conforman la red Natura 2000.
Además, la sociedad está adquiriendo un renovado interés por la naturaleza y los productos y las culturas locales. Sin que pueda servir para resolver todas las carencias, con esta nueva conciencia, los paisajes rurales y naturales en general, y la avifauna en particular, se convierten en valores sobre los que basar nuevas iniciativas económicas. Por su parte, la pertenencia a la red Natura 2000 puede servir para hacer visibles un gran número de zonas que en gran medida no han sido consideradas en anteriores políticas de desarrollo.
No es un «volver atrás» Cuando se plantea la conservación de sistemas agrarios y de gestión tradicional, no se pretende volver a manejos ancestrales movidos por esfuerzos físicos innecesarios hoy día. Se trata de reajustar la tecnología a los límites de los recursos sobre los que se basa la producción; de usar el conocimiento consciente de los ecosistemas y los elementos naturales, las variedades locales, para conseguir una calidad diferenciada y mejorar los rendimientos, reduciendo la dependencia de insumos externos y la vulne-rabilidad ante plagas o episodios climáticos adversos, y de buscar nuevas fórmulas de asociacionismo, de información y comunicación para mejorar la comercialización y reducir la dedicación individual. Asimismo, cuando se trabaja por la conservación de la naturaleza en determinadas zonas, no se pretende expulsar o poner trabas injustificadas a la actividad huma-na. De hecho, en muchos casos, han sido las poblaciones locales con sus actividades, y las propias limitaciones geográficas y climáticas, las que han dado lugar al valor ambiental del espacio, sin que su designación como espacio protegido se deba convertir en el chivo expiatorio de carencias preexistentes. Por el contrario, ese reconocimiento formal de los valores de la zona debería ser un vector para nuevas opciones de desarrollo sostenible, que compensen las posibles restricciones a otros proyectos económicos aparentemente más rentables a corto plazo.Una realidad con números. De los alrededor de 14 millones de hectáreas que ocupa la red Natura 2000 terrestre en España, más de cinco tienen uso agrario, llegando a casi 10 millones si se tienen en cuenta las superficies pastoreadas de forma estacional u ocasional. Asimismo, se estima que más del 55% de la superficie agraria útil, más de 13 millones de hectáreas (dentro y fuera de Natura 2000), tiene un «alto valor natural», con espacios donde buena parte de la biodiversidad europea encuentra algunos de sus últimos refugios, como es el tan conocido caso de las aves esteparias. No obstante, los datos recogidos durante casi 15 años en los programas de seguimiento de aves (en especial el programa Sacre), que desarrolla SEO/BirdLife con la participación de cientos de voluntarios, muestran el descenso de las poblaciones de especies relacionadas con la actividad agraria. La tendencia, aunque suavizada en los últimos años, es negativa para todos los grupos, presentando los valores más acusados, con casi un 20%, el de las especies asociadas a cultivos herbáceos de cereal. De manera paralela, las estadísticas oficiales son claras en cuanto a la pérdida continua de activos agrarios, de agricultores, de superficies dedicadas a cultivos más extensivos de secano a favor de leñosos intensivos en regadío, de variedades y razas locales, y de los censos de ganado ovino y caprino. Es decir, son precisamente los sistemas de mayor valor ambiental y social los que, a pesar de ello, van perdiéndose. Pasar a la acción ante esta clara vinculación recíproca entre desarrollo rural y conservación de biodiversidad, SEO/BirdLife trabaja desde finales de los años ochenta del pasado siglo difundiendo esta relación y elaborando propuestas para contribuir a la integración efectiva y sostenible del progreso socioeconómico en las zonas rurales y la protección de la naturaleza. Actualmente, la organización forma parte de distintos órganos de participación pública, como los comités de seguimiento de los programas europeos de desarrollo rural, la mesa de asociaciones del medio rural, ligada a la reciente Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural, y otros grupos de trabajo específicos. Además, para entender de primera mano el funcionamiento de los ecosistemas más humanizados y las necesidades de los actores locales, se desarrollan proyectos prácticos cuyos resultados permiten elaborar propuestas reales, sólidas y factibles.SEO/BirdLife inició su trabajo en agricultura en 1987 con una primera campaña dedicada a las aves esteparias. Poco después aparecían los primeros programas agroambientales y desde entonces se ha mantenido una intensa actividad en este ámbito.
Ana Carricondo. Responsable de Política Agraria de SEO/BirdLife