Coincidiendo con la celebración de la Semana Estatal de Lucha contra los Transgénicos y por la Soberanía Alimentaria Greenpeace ha hecho público el informe Veinte años de fracaso. Por qué no han cumplido sus promesas los cultivos transgénicos, en el que se analizan y desmontan los mitos en torno a estos cultivos y lo que en términos sociales, medioambientales y de salud han supuesto en los últimos 20 años.
«Dos décadas después, las promesas en torno a los cultivos transgénicos siguen creciendo pero no su popularidad. Pese al marketing agresivo de la industria de los transgénicos solo ocupan el 3% de la superficie agraria mundial y solo cinco países concentran el 90% de la producción, lo que demuestra su fracaso», ha afirmado Luís Ferreirim responsable de la campaña de Agricultura de Greenpeace España. “Los cultivos transgénicos han demostrado que no son necesarios y no han ofrecido soluciones para acabar con el hambre en el mundo” ha añadido Ferreirim.
El informe Veinte años de fracaso destaca los principales problemas asociados a los cultivos transgénicos entre los que están:
El cultivo de transgénicos fomenta el uso de plaguicidas. Prácticamente todos los cultivos transgénicos comerciales están desarrollados para producir su propio insecticida o para tolerar las fumigaciones con herbicidas. Sin embargo, paralelamente lo que están provocando es que las plagas y la vegetación espontánea desarrolle resistencia a estos productos químicos, lo que da origen a superplagas y “super-malas hierbas”. Esto provoca que los agricultores se vean obligados a incrementar el uso de plaguicidas.
Los cultivos transgénicos no alimentan al mundo. Los estudios prueban que los cultivos transgénicos no incrementan los rendimientos, algo demostrado también en España por organismos oficiales, como el propio Gobierno de Aragón, y pueden afectar la forma de vida de los pequeños agricultores, lo que representa una amenaza para la seguridad alimentaria. Además, la inmensa mayoría de los cultivos transgénicos alimentarios se destina a la producción de piensos para animales que se consumen en los países enriquecidos.
No existe consenso científico sobre la seguridad de los cultivos transgénicos. A pesar de los intentos de la industria de los transgénicos para tranquilizar a los consumidores sobre la seguridad de los cultivos transgénicos, cientos de científicos independientes cuestionan estas afirmaciones. La ingeniería genética sigue siendo una tecnología que plantea riesgos para la salud y puede desencadenar efectos no deseados e irreversibles en el medio ambiente.
El rechazo a los cultivos transgénicos crece y la superficie ocupada por ellos disminuye. La Unión Europea es un claro ejemplo de ello, donde el único cultivo transgénico autorizado, el maíz MON810 (de la multinacional Monsanto y cuya autorización está en proceso de renovación tras caducar en 2008) ha sido prohibido en 19 países y en 2015 solo se cultivó en cinco. España tiene el dudoso honor de ser el único país europeo que lo cultiva a una escala importante (unas 100.000 hectáreas según las estimaciones del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente), aunque esta superficie va en descenso y entre 2014 y 2015 en España se redujo un 18% y un 1% a nivel mundial, según datos de la industria.
Mientras que los cultivos transgénicos no cumplen las promesas de la industria, las prácticas modernas de agricultura ecológica son una solución probada y sostenible a los desafíos que se enfrenta la agricultura y la humanidad. Evitan la erosión del suelo y la degradación, aumentan la fertilidad del suelo, conservan la calidad del agua y protegen la biodiversidad. La biodiversidad es sin duda el mejor seguro frente a los desafíos presentes y futuros.
“La coexistencia entre cultivos transgénicos y convencionales y ecológicos no es posible. La demanda de productos ecológicos no para de aumentar, por ello España, exponente máximo de la agricultura ecológica en la UE, debe seguir apostando por un modelo de agricultura respetuoso con el medio ambiente y la salud de las personas donde los cultivos transgénicos no tienen lugar”, ha concluido Ferreirim.
Luís Ferreirim | Greenpeace