Los cultivos cerealistas son el área de cría de numerosas especies que, ante la falta de otros hábitats naturales, encuentran en este tipo de cultivos los lugares más adecuados para reproducirse y refugiarse. Algunas de estas especies no pasan precisamente por su mejor momento y están sufriendo un grave declive poblacional, como es el caso del sisón común, el aguilucho cenizo o la codorniz común.
Cada año, la época de la cosecha es momento delicado para estas aves y casi siempre se destruyen nidos en el caso de las nidadas más tardías, Por eso, cuando la recogida se adelanta respecto de las fechas habituales la situación se agrava, y no solo mueren numerosos pollos, sino que en algunas regiones, las crías son tan pequeñas que los adultos permanecen a su lado protegiéndolos y mueren también.
Hasta ahora, se han puesto en marcha medidas agroambientales que promueven, entre otras cosas, el retraso en la recogida de la cosecha para permitir una mayor supervivencia de los pollos, mayoritariamente en las Zonas de Especial Protección para las Aves (ZEPA). Aunque las fechas establecidas aún solapan en gran medida con el periodo de reproducción en algunas zonas, estas medidas parecen ser de gran ayuda para la conservación de las especies. No obstante, los niveles de acogida por parte de los agricultores siguen siendo, salvo en algunas zonas como Castilla y León, bastante bajos[1].
Sin embargo, fuera de las ZEPA, y a pesar de que la normativa obliga a proteger a estas especies en cualquier lugar, apenas se llevan a cabo acciones para reducir el impacto negativo de estas labores agrícolas. Es más, el modelo agrícola intensivo que se impone en los últimos tiempos, está simplificando de manera devastadora los ecosistemas agrarios, tendiendo a reducir el número de elementos que forman estos hábitats, así como su estructura y funciones, lo que se traduce en una pérdida general de biodiversidad. En los sistemas cerealistas la intensificación ha conllevado la eliminación de los linderos, la reducción de la práctica del barbecho, la expansión del monocultivo de cereal y de variedades de ciclo corto y un mayor uso de plaguicidas, así como una mayor mecanización; cambios drásticos y extemporáneos que reducen la calidad del hábitat y a los que las especies no son capaces de adaptarse a tiempo.
Esta situación evidencia el fracaso de la PAC, también en esta última reforma, en la que el llamado “greening” pretendía generalizar prácticas agrarias para compatibilizar la producción con la conservación de la biodiversidad ligada a estos medios. Así mismo la condicionalidad asociada a las ayudas de esta política no incorpora adecuadamente las directrices implícitas en la normativa europea en cuanto a la protección de las especies de aves de interés comunitario.
Ana Carricondo | SEO/BirdLife