Para quienes trabajamos en defensa de los bosques y en la lucha contra los incendios forestales, la tragedia de Pedrógão Grande es imposible de digerir. Desolados por la pérdida de vidas humanas -62 de momento-, vemos en el gran incendio de Portugal la confirmación del desastre que tanto tiempo llevamos anunciando. Los montes de la Península Ibérica están abandonados a su suerte y listos para arder en oleadas de incendios cada vez más grandes y devastadoras. Una situación que no hace más que agravarse con el cambio climático. Desde WWF lo hemos denunciado cada verano en nuestros informes de incendios forestales, como han hecho otros muchos expertos.
Seamos claros y llamemos a las cosas por su nombre: por encima de estas tragedias está la falta de una política forestal seria y el abandono de los montes, que ha llenado países como Portugal y España de verdaderas bombas de relojería. Los incendios son parte del paisaje mediterráneo, pero no episodios tan virulentos y devastadores como a los que tienen que enfrentarse cada vez más los medios de extinción. En España, en los últimos 10 años ha aumentado un 25% el tamaño de los grandes incendios. Este fin de semana ha sido en Portugal, pero en 2007 fue Grecia, con incendios que asolaron medio país y mataron a más de 50 personas atrapadas en sus casas o durante la huida.
La causa del incendio de este fin de semana fue, probablemente, un rayo. Pero el incendio se convirtió rápidamente en un infierno, con frentes de llamas de gran tamaño, moviéndose a gran velocidad y destruyendo todo a su paso. Es lo que en el argot técnico se denomina “incendio fuera de capacidad de extinción”, imposible de apagar por muchos medios que se destinen a ello.
El motivo de la virulencia del fuego es el combustible que lo alimenta: bosques abandonados a su suerte, sin usos ni gestión forestal, sin una política forestal seria que apueste por la prevención. Esto es especialmente peligroso en zonas con plantaciones olvidadas, donde hace décadas se plantaron masas forestales muy densas de especies muy inflamables como pinos y eucaliptos: es el caso de Pedrógão Grande o de muchas zonas de nuestro país.
Otro motivo, que no se puede olvidar, son las condiciones meteorológicas extremas propiciadas por el cambio climático. Sus efectos convertirán los montes en yesca, con olas de calor y sequías cada vez más frecuentes e intensas que favorecerán episodios de incendios catastróficos e imposibles de controlar por los medios de extinción. Según las estimaciones científicas, las áreas quemadas por incendios podrían triplicarse en la Península Ibérica debido a los efectos del cambio climático.
Esta tragedia debería servir de recordatorio de que grandes incendios como el de Portugal no se combaten, sólo pueden prevenirse. Sin embargo, los políticos continúan destinando el 80% de las inversiones de la lucha contra el fuego a los dispositivos de extinción y apenas el 20% en evitar que el monte arda. Desde WWF pedimos que se identifiquen de forma urgente las zonas de alto riesgo de incendios, los montes que están “listos para arder”, y se diseñen planes de prevención específicos para ellas. Además, es vital promover la puesta en valor del monte y una planificación territorial que acabe con paisajes tan inflamables, apostando por paisajes en mosaico, bosques autóctonos o mixtos y recuperando el uso de los montes. En nuestras manos está evitar un futuro negro para España y todo el Mediterráneo.