El Día Mundial de los Bosques se conmemora mañana, 21 de marzo, con pocos motivos para celebrar. Incendios, recortes materiales y humanos en el cuidado de bosques y planes de privatización de superficies forestales son algunas de las amenazas a nivel estatal. Son criterios mercantilistas, como la tala indiscriminada o los cultivos extensivos en otras regiones del mundo, que olvidan el papel capital de los bosques en la supervivencia del planeta.
Los bosques son la principal fuente de oxígeno y agua dulce de la Tierra, además de generar suelos fértiles, alimentos y una innumerable lista de recursos que los hacen un bien imprescindible. Su día internacional, instaurado hace 42 años, tendría que servir para recordar que sin ellos no sobreviviría ninguna especie, incluida la humana.
Pero los grandes peligros, guiados por beneficios a corto plazo, persisten. La mitad de la superficie forestal del planeta y un 80% de sus bosques primigenios, auténticos bancos de biodiversidad, se han perdido ya. El cambio climático avanza y la superficie de bosques, los grandes sumideros de CO2, decrece.
La demanda por parte del mercado occidental de maderas nobles amenaza sobre todo a las selvas de los países del sur, sin siquiera revertir económicamente en los pueblos que viven y custodian dichas selvas y que son, en muchos casos, expulsados con violencia. Años de lucha y reivindicaciones han conseguido que la Unión Europea haya decretado una ley que prohíbe la entrada en sus fronteras de madera de bosques talados de forma ilegal. Esta ley, conocida como EUTR, no es sino un primer paso en el camino correcto.
Además, los cultivos extensivos llevados a cabo por empresas multinacionales han arrasado enormes extensiones de bosque primigenio. Se han talado millones de hectáreas del Cono Sur y de la Amazonia, el pulmón del mundo, para plantar soja destinada principalmente a alimento para el ganado. En África y Asia son, en buena medida, los cultivos destinados a producir aceite de palma para biocombustibles los que están provocando la tala de sus bosques y selvas. La situación es especialmente crítica en Indonesia, cuya superficie forestal podría desaparecer en 15 años. No debemos olvidar que esta selva es la más antigua del mundo, su edad se calcula en unos 60 millones de años.
A nivel estatal, los drásticos recortes en recursos materiales y humanos que sufre la gestión forestal han llevado a situaciones críticas y capacidades de respuesta limitadas. Solo el año pasado se produjeron 38 Grandes Incendios Forestales (GIF), la superficie de bosque quemado superó las 200.000 hectáreas, y
el fuego llegó a zonas de altísimo valor ecológico. Auténticas joyas de la corona, como la laurisilva canaria del Parque Nacional de Garajonay o las fragas del Eume en Galicia se vieron seriamente afectadas.
La visión cortoplacista de los gobernantes es la que les lleva hoy en día a seguir apoyando los cultivos forestales de especies pirófitas como el pino y el eucalipto, donde se originan muchos de los incendios y cuya biología hace que estos incendios sean especialmente virulentos.
Y también esa perspectiva es la que lleva a que se planteen ventas, alquileres o cesiones de Montes de Utilidad Pública o fincas bajo jurisdicción de administraciones públicas, tal y como ha denunciado Ecologistas en Acción en las últimas semanas. Se pone la vista en que los bosques rindan beneficios monetarios a unos pocos, aún a costa de perder los beneficios ambientales y de salud pública que generan estos bosques a la ciudadanía.
La administración sigue aún dando la espalda al problema del cambio climático, una de las causas de la ola de incendios del año pasado. Es una prueba más de la ceguera institucional ante los problemas medioambientales que nos afectan, y cuyas consecuencias serán irreparables si no se empieza a actuar ya. Nuestros bosques son tan valiosos que calcular su precio en dinero sería la mayor de las estupideces.
Manuel Tapias | Ecologístas en Acción